El Imperio Romano alcanzó su mayor extensión al comienzo del
siglo II d. C y duró 2.000 años. Estaba dividido en provincias, directamente
sometidas al control del Emperador y del Senado. A pesar de que en esta época
alcanzó su máximo esplendor, existían algunos problemas graves que se fueron
ahondando a partir del siglo III d. C.
Éstos fueron:
Enemigos externos: Aparecen pueblos que amenazan las
fronteras romanas, especialmente los persas en la zona de Mesopotamia y los
germanos en el Rin.
Excesivo poder de los soldados: El peligro inminente de los
pueblos germanos en la frontera noreste obligó a Roma a mantener en armas un
ejército de medio millón de legionarios quienes comenzaron a usar la fuerza
para nombrar a los emperadores que les prometían favorecerlos. Esto provocó una
gran inestabilidad política.
Gran crisis social: Esta crisis se manifestó principalmente
en las provincias más atrasadas del Imperio, cuyos habitantes le exigieron al
gobierno la totalidad de los derechos políticos y sociales.
Ruptura del equilibrio económico: El sector de Oriente del
Imperio se enriqueció más que el sector
Occidental, lo cual provocó problemas dentro del Imperio.
Gran crisis económica: Se elevaron los impuestos y
contribuciones. Se ensayó la planificación central y rigurosa de la producción
pero sólo provocó el estancamiento generalizado. Aparecen la inflación y el
desempleo, el desabastecimiento, el mercado negro y la especulación.
Gran concentración urbana y éxodo rural: Los habitantes del
Imperio dejan las zonas rurales y se dirigen hacia las ciudades.
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